EL SILENCIO DE YUIILO

FELIZ NAVIDAD

12/24/20243 min read

En un rincón olvidado del mundo, donde las noches duraban semanas y el frío mordía hasta los huesos, los aldeanos de Veldra celebraban el Solsticio de Yuiilo. Era una festividad llena de temor, no de alegría. En la víspera de la noche más larga, cada hogar encendía antorchas en las puertas y adornaba sus paredes con ramas de acebo y muérdago, invocando la protección de los Antiguos. Estas no eran meras tradiciones, sino ritos de supervivencia.

Desde tiempos inmemoriales, se decía que algo despertaba en los bosques congelados durante el Yuiilo. Los ancianos hablaban de la Caravana del Silencio, un cortejo de sombras que arrastraba cadenas y cargaba sacos llenos de huesos. Nadie sabía quién lideraba la procesión ni de dónde provenía, pero todos coincidían en algo: si escuchabas el eco de sus cánticos, debías apagar todas las luces, sellar tu hogar y no moverte hasta que el amanecer disipara la oscuridad.

Esa noche, el viento que soplaba desde el bosque traía consigo un olor extraño, como a cera derretida y carne quemada. Los aldeanos cerraban puertas y ventanas con tablas y clavos, mientras susurraban oraciones temblorosas. Sin embargo, Aliah, una niña de doce años con ojos como la luna llena, decidió que no temería más a los cuentos de viejas.

—No puede ser real. Es solo una historia para asustarnos —se dijo, mientras tomaba una linterna y se adentraba en el bosque.

El silencio en el bosque era profundo, opresivo. Ni siquiera el crujir de sus botas rompía el aire pesado. Los árboles se erguían como columnas negras que parecían observarla. Cuando llegó a un claro, vio una figura alta y delgada, inmóvil en medio de la nada. Su rostro estaba cubierto por una máscara de madera sin rasgos, y de su mano colgaba un farol que brillaba con un resplandor enfermizo, como una herida en la oscuridad.

¿Quién anda ahí? —preguntó Aliah, su voz temblando.

La figura no respondió, pero detrás de ella comenzaron a emerger otras. Docenas de figuras igualmente encapuchadas, todas portando linternas apagadas. Sus cuerpos parecían hechos de niebla densa, y el sonido de cadenas arrastrándose llenó el aire. Entonces, el susurro comenzó.

No eran palabras, sino un murmullo constante, como hojas secas siendo arrastradas por el viento. Aliah sintió que el frío se intensificaba, como si cada aliento de vida fuera drenado del aire. Retrocedió, tropezando con una raíz y cayendo al suelo. Cuando intentó levantarse, vio con horror que la luz de su linterna comenzaba a apagarse lentamente, consumida por el resplandor del farol del líder.

El susurro se transformó en un cántico vacío, un eco hueco que resonaba en su mente. Aliah recordó las palabras de la anciana Mara: "Las luces de Yuiilo son tu escudo, pero nunca enciendas una llama nueva en la noche más larga. Si lo haces, ellos vendrán".

Con manos temblorosas, apagó su linterna justo cuando las sombras extendían sus manos hacia ella. La oscuridad se cerró a su alrededor como un manto pesado. El cántico cesó. Por un instante, el silencio fue absoluto, y entonces la luz del farol del líder brilló con una intensidad cegadora antes de extinguirse. Las sombras desaparecieron.

Aliah permaneció inmóvil durante lo que pareció una eternidad, hasta que un débil rayo de luz rompió la noche. El amanecer finalmente había llegado. La niña regresó tambaleándose a la aldea, con su cabello transformado en blanco como la nieve. Nunca habló de lo que había visto, pero desde entonces su mirada parecía perdida, como si algo en su interior hubiera sido arrebatado.

Desde aquella noche, los aldeanos añadieron un nuevo rito al Solsticio de Yuiilo. Cada familia apagaba todas las luces al caer el primer eco del cántico. Pero había algo más: una linterna extra comenzó a brillar en la Caravana del Silencio. Se decía que el líder de la procesión había visto algo en los ojos de Aliah, un reflejo del abismo del que provenían. Y ahora, la procesión esperaba. La próxima linterna sería encendida por alguien lo suficientemente curioso como para desafiar la noche más larga.