EL TREN BLANCO

NO ENTRES AL METRO PASADA LA MEDIANOCHE

12/4/20244 min read

El Tren Blanco

Ethan Grayson salió del edificio de oficinas con el cansancio reflejado en su rostro. Había trabajado horas extras para entregar un informe y ahora solo quería llegar a casa. Las calles estaban desiertas y silenciosas, el tipo de calma que podía ser reconfortante para algunos, pero que a Ethan le resultaba inquietante.

Llegó a la estación de metro cuando el reloj marcaba las 11:50 p.m. Bajó las escaleras mecánicas, sintiendo el aire húmedo y frío característico de los túneles subterráneos. Las luces del andén titilaban ocasionalmente, y el lugar parecía abandonado. Era una estación más vieja, una de esas que no habían sido renovadas en décadas. Ethan nunca la había notado tan desolada, pero asumió que era por la hora.

Caminó hasta el borde del andén, revisando el tablero electrónico que anunciaba los próximos trenes. Extrañamente, estaba apagado. Miró hacia el túnel, esperando escuchar el rugido característico de un tren acercándose, pero solo había un silencio absoluto.

A los pocos minutos, un sonido extraño comenzó a resonar en el túnel. No era el rugido metálico habitual; era más suave, casi como un susurro mecánico. Ethan se asomó al borde, esperando ver las luces del tren, pero lo que apareció lo dejó sin aliento.

El tren era completamente blanco. No blanco sucio o desgastado, sino un blanco inmaculado, brillante, como si acabara de salir de fábrica. No llevaba ninguna señal de identificación, ni número de línea, ni logotipos. Sus ventanas eran opacas, reflejando las luces del andén, lo que hacía imposible ver el interior.

Las puertas se abrieron con un suave siseo, y Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Miró a ambos lados del andén, pero seguía completamente solo. “¿Será un tren nuevo en pruebas?”, pensó, intentando buscar una explicación lógica.

Vaciló por un momento antes de dar un paso hacia las puertas. Al hacerlo, una ráfaga de aire frío salió del vagón, mucho más helada que el aire del andén. Algo en su instinto le decía que no debía entrar, pero la alternativa era esperar indefinidamente. Dio un paso adelante y cruzó el umbral.

El interior del tren era extraño. Los asientos estaban dispuestos como en cualquier otro tren, pero el diseño era minimalista hasta el extremo. No había anuncios, ni mapas de rutas, ni letreros de emergencia. Todo era blanco, incluidas las paredes, el techo y el suelo.

Ethan se sentó en un asiento cerca de la puerta y miró alrededor. Había otros pasajeros, pero algo en ellos no cuadraba. Estaban completamente inmóviles, con la vista fija al frente. Sus ropas parecían de distintas épocas: un hombre con un traje de los años 50, una mujer con un vestido victoriano, un joven con una chaqueta moderna. Ninguno de ellos interactuaba ni reaccionaba a su presencia.

El tren arrancó suavemente, casi sin movimiento perceptible. Ethan intentó relajarse, pero la atmósfera era inquietante. Sacó su teléfono para distraerse, pero se dio cuenta de que no tenía señal. Incluso la hora en la pantalla parecía haberse congelado.

—Disculpe… —dijo, intentando llamar la atención del hombre de traje frente a él.

El hombre no respondió. Ni siquiera parpadeó. Ethan sintió cómo la incomodidad crecía en su pecho. Se levantó y caminó por el pasillo, mirando a los demás pasajeros. Todos tenían el mismo comportamiento: inmóviles, con expresiones vacías.

—¿Qué demonios pasa aquí? —murmuró.

Al llegar al siguiente vagón, vio algo que le heló la sangre. En una de las ventanas opacas, su reflejo aparecía borroso, pero detrás de él podía distinguir algo: una figura alta, encapuchada, que no estaba ahí cuando se giró.

El tren redujo la velocidad abruptamente y se detuvo. Ethan miró por las ventanas, pero solo vio una oscuridad absoluta. Las puertas se abrieron, pero el exterior no era un andén. Era un espacio vacío, infinito, donde una densa neblina blanca se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

—Es tu parada —dijo una voz detrás de él.

Ethan se giró rápidamente y se encontró cara a cara con una mujer. Su piel era pálida, sus ojos oscuros y sin brillo, como si no tuviera alma.

—No… yo no… este no es mi destino —balbuceó, retrocediendo.

La mujer inclinó la cabeza, observándolo con curiosidad, como si estuviera evaluando algo.

—Todos suben por una razón. El tren sabe a dónde perteneces.

Ethan sintió que su respiración se aceleraba. Las palabras de la mujer no tenían sentido, pero su tono era tan frío y definitivo que no pudo evitar temblar.

—Yo solo… estaba esperando el metro normal. No debería estar aquí —dijo, intentando mantener la calma.

La mujer sonrió, pero su sonrisa no tenía calidez, solo un vacío perturbador.

—Nadie sube a este tren por accidente.

Antes de que Ethan pudiera responder, las puertas comenzaron a cerrarse. En un acto de desesperación, corrió hacia ellas y logró escabullirse al andén vacío antes de que se cerraran por completo.

El tren partió silenciosamente, deslizándose hacia la oscuridad. Ethan se quedó de pie, jadeando, mientras el aire frío lo envolvía. Cuando las luces del túnel regresaron, se dio cuenta de que estaba nuevamente en la estación original, como si nunca hubiera abordado.

Revisó su reloj: eran las 12:05 a.m. Solo habían pasado quince minutos, pero sentía como si hubieran sido horas.

Al día siguiente, intentó contar su experiencia, pero nadie le creyó. Para ellos, debía haber imaginado todo por el cansancio. Sin embargo, cada vez que pasaba por esa estación, evitaba el último tren.

Porque sabía que El Tren Blanco todavía lo estaba esperando.