FORTNITE: SOMBRAS DEL PUNTO CERO
Inspirado en el universo de Fortnite
11/25/20245 min read


La isla había cambiado. No era la primera vez, pero esta vez era diferente. La tormenta no solo rugía en los cielos; se sentía como si algo oscuro y primitivo hubiera despertado en su centro.
El Punto Cero, ahora suspendido en un mar de sombras pulsantes, no brillaba con su acostumbrada energía azulada. En cambio, destellos de un dorado enfermizo iluminaban su superficie, recordando las historias de Midas, el hombre que había intentado controlarlo y había desaparecido en el proceso. El eco de sus ambiciones parecía resonar en cada grieta de esa esfera inmensa, como si su obsesión hubiera dejado una cicatriz en algo más que el tiempo.
Un frío antinatural se arrastraba por la isla, haciendo crujir los árboles del bosque sombrío y helando la sangre de los pocos sobrevivientes que quedaban. Aquellos que habían escapado del caos inicial hablaban de figuras que emergían de la niebla: sombras humanoides, de rostros imposibles y ojos que parpadeaban con luz púrpura, como si la tormenta misma les hubiera dado vida.
Darnel, un explorador solitario que había sobrevivido a cientos de ciclos en la isla, se encontraba en lo profundo del bosque. Su escopeta, abollada pero funcional, descansaba en sus manos temblorosas. La lluvia gélida caía en cascadas sobre su capa desgastada, pero no era el agua lo que lo hacía temblar. Era el silencio. El bosque, normalmente lleno de susurros de hojas y crujidos de animales, estaba muerto.
En el claro frente a él, algo se movía. Una estatua dorada, a medio enterrar en el suelo, sobresalía entre las raíces negras y retorcidas. Era una figura humana con una sonrisa macabra, sus ojos mirando al vacío como si contemplaran un secreto terrible. Darnel reconoció de inmediato la figura: una de las estatuas de Midas, idéntica a las que había visto en la autoridad, pero esta... esta parecía respirar.
—¿Qué demonios...? —murmuró, dando un paso hacia atrás.
Un sonido lo detuvo: un susurro bajo, casi como una voz. No era una, sino muchas, hablando al unísono en un idioma desconocido. Las sombras del claro comenzaron a moverse, como si el bosque mismo despertara. Y entonces lo vio.
Entre los árboles surgió una figura alta y delgada, envuelta en una oscuridad líquida que parecía gotear de su cuerpo. Sus ojos brillaban con un dorado tan intenso que dolía mirarlos, y en sus manos llevaba una guadaña que parecía hecha de las mismas sombras. Darnel apuntó su escopeta, pero algo lo inmovilizó.
—¡Atrás! —gritó, con la voz rota por el pánico—. No sé qué eres, pero no te acerques.
La figura alzó una mano con lentitud, y las raíces del bosque cobraron vida, serpenteando hacia las piernas y brazos de Darnel.
—¿Creíste que podías escapar? —La voz era un eco, una mezcla de tonos que se fundían y rompían en su mente. Cada palabra parecía arrastrar un peso inmenso—. El Punto Cero no es un portal... es una prisión.
—¡No! —Darnel forcejeó, pero las raíces lo sujetaban con fuerza—. ¡Déjame ir! ¡No hice nada!
La figura inclinó la cabeza, como si estudiara su desesperación.
—Todos hicieron algo. Y tú... nunca debiste cruzar.
Las sombras se alzaron como un manto, envolviendo a Darnel. Su grito se apagó antes de salir de su garganta. El claro quedó vacío una vez más, salvo por la estatua de Midas, que ahora parecía sonreír un poco más.
En lo alto, la tormenta rugió, y la isla continuó devorándose a sí misma.
En las ruinas de lo que alguna vez fue Pisos Picados, el eco de disparos resonaba en las paredes destrozadas. El polvo flotaba en el aire, iluminado por los destellos de las explosiones que sacudían el área.
Lurk y Sinna se refugiaron tras una estructura improvisada que habían levantado en cuestión de segundos: un muro de madera reforzado con una rampa que los mantenía cubiertos. Sinna recargó su rifle de asalto mientras Lurk, armado con un lanzacohetes, miraba por un hueco entre las tablas.
—¡Están arriba de la torre! —gritó Lurk, señalando la construcción metálica que se alzaba frente a ellos, su base plagada de trampas electrificadas.
—¡No van a salir de ahí! —respondió Sinna, disparando una ráfaga hacia los enemigos—. ¡Cubre mi avance!
Lurk asintió y disparó su lanzacohetes, destrozando la mitad inferior de la torre. Un rugido metálico llenó el aire mientras la estructura colapsaba, obligando a dos jugadores a saltar desesperados hacia el suelo, sus armas disparando en el aire. Sinna aprovechó el caos para construir una escalera hacia un tejado cercano, donde apuntó con precisión quirúrgica y derribó a uno de los oponentes.
—¡Uno menos! —gritó Sinna con una sonrisa de triunfo.
El otro jugador comenzó a construir frenéticamente, levantando muros y rampas para cubrirse, pero Lurk lo persiguió sin piedad, lanzando otro cohete que lo atrapó en medio del salto. El sonido del impacto resonó mientras el cuerpo del jugador desaparecía en un destello de luz, dejando tras de sí una pila de botín.
—¡Quédate con el loot! —dijo Sinna mientras saltaba de su posición—. Necesitamos munición.
Lurk asintió, recogiendo balas y un rifle de francotirador. Sin embargo, justo cuando extendió la mano para tomar una poción de escudo, un grito estremecedor resonó por el campo de batalla.
Ambos se giraron rápidamente. A lo lejos, la tormenta comenzaba a moverse, pero algo más venía con ella: una figura alta y encorvada, acompañada por una niebla negra que parecía devorar la luz a su alrededor. Lurk sintió que el aire se volvía denso, como si una fuerza invisible intentara aplastarlo.
—¿Qué es eso? —susurró Sinna, su voz temblando.
La figura se detuvo a unos metros de ellos, y entonces ocurrió algo que no habían visto nunca. De la niebla emergieron sombras humanoides, similares a los reportados en la tormenta, pero estas se movían con una precisión aterradora. Sus manos goteaban una sustancia oscura que chisporroteaba al tocar el suelo.
—¡Construye! —gritó Lurk, pero antes de que pudieran levantar un solo muro, las sombras se lanzaron hacia ellos.
Sinna disparó su rifle, pero sus balas atravesaban los cuerpos oscuros sin efecto. Lurk, en un intento desesperado, lanzó una granada de impulso hacia el suelo, enviándolos a ambos hacia una colina cercana.
—¡No podemos enfrentarlos! —dijo Sinna, jadeando mientras construía un refugio de piedra.
—¿Qué demonios está pasando en esta isla? —respondió Lurk, mirando hacia el Punto Cero a lo lejos. La esfera dorada pulsaba con una intensidad creciente, como si respondiera a las criaturas.
De repente, una risa baja y gutural llenó el aire. Provenía de la figura alta en la niebla.
—Están jugando un juego que no comprenden —dijo la voz, resonando como un eco en la mente de ambos—. Ustedes son piezas en un tablero que no pertenece a este mundo.
La figura levantó una mano, y las sombras comenzaron a rodear la colina. Lurk y Sinna se prepararon para lo inevitable, cuando un estruendo resonó a lo lejos.
De entre las sombras, un hombre emergió. Su traje dorado brillaba incluso en la penumbra, y cada paso que daba parecía absorber el color del mundo a su alrededor. Su rostro, frío y calculador, se iluminó con una sonrisa mientras giraba un revólver entre sus dedos.
—¿Midas...? —susurró Lurk, incrédulo.
—Todo esto... —dijo Midas, mirando a las sombras con un destello de superioridad—. Todo esto es gracias a mí. La isla necesitaba un cambio, y yo siempre he sido bueno para transformarlo todo en oro.
Midas apuntó con su revólver hacia el Punto Cero.
—Bienvenidos a mi creación.
Un disparo resonó, y el mundo se llenó de luz dorada.
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