LA COLINA DE KAROS'FYR

Halloween ha llegado y con la festividad llega este nuevo relato.

10/31/202411 min read

Cada año, cuando los cielos de Torvask se oscurecían y las sombras se alargaban con la llegada de Halloween, una leyenda recorría los labios de los habitantes. Hablaban en susurros de las luces que se alzaban en la colina de Karos'Fyr, aquel lugar prohibido que nadie osaba visitar, ni siquiera en pleno día. Se decía que las luces no eran sino advertencias de los Guardianes Caídos, quienes aún custodiaban el templo en ruinas y su único secreto: la Lágrima de Ereshka, la joya oscura que guardaba el portal a un reino de tinieblas eternas.

Pero para Thalron, un cazador de reliquias cuya reputación rozaba tanto el heroísmo como la infamia, esas luces eran una promesa. Sabía que la joya de Ereshka era mucho más que un simple mito. Los rumores decían que otorgaba a su portador el poder de ver lo que ningún mortal podía, de sumergirse en las profundidades de la magia antigua y despertar poderes que habían permanecido sellados durante siglos. Thalron había escuchado estas historias desde su juventud y, año tras año, había soñado con el día en que ascendería esa colina maldita y reclamaría el poder para sí mismo.

La noche era fría cuando comenzó su ascenso hacia Karos'Fyr. La luna, oculta tras densas nubes, dejaba la colina en una penumbra casi total, apenas iluminada por el parpadeo de las luces fantasmales en lo alto. Con cada paso, la niebla se volvía más espesa, y el aire se llenaba de un silencio tan pesado que parecía apagar el latido de su propio corazón. Solo el crujir de las hojas bajo sus botas rompía la quietud.

A medida que avanzaba, las luces se hacían más nítidas. No eran simples llamas o linternas. Tenían un brillo extraño, casi etéreo, que danzaba en el aire sin una fuente aparente. Eran verdes y azules, destellando como si estuvieran vivas, como si quisieran guiarlo… o advertirle.

Finalmente, Thalron alcanzó la cima de la colina, donde las ruinas del templo se levantaban como un esqueleto roto contra el cielo oscuro. Columnas derrumbadas y estatuas corroídas lo rodeaban, algunas cubiertas por gruesas capas de musgo y líquenes oscuros. No quedaba mucho del esplendor que ese templo debió haber tenido siglos atrás, pero el aire a su alrededor vibraba con una energía antigua y poderosa, como si los mismos muros tuvieran memoria y miraran con ojos invisibles a quienes osaran cruzar el umbral.

Thalron cruzó el arco principal, pasando bajo inscripciones desgastadas en lenguas que había visto en otros templos prohibidos. Sintió una punzada de duda, pero su ambición y su curiosidad lo empujaron a seguir. Apenas había dado unos pasos en el interior del templo cuando sintió un cambio. El suelo, cubierto de polvo y hojas muertas, parecía estremecerse bajo su peso, y una presencia, fría como el hielo, lo envolvió.

Fue entonces cuando escuchó un susurro, apenas un murmullo, como una voz arrastrada por el viento.

"¿Quién osa profanar nuestra vigilia?"

La voz era apenas un aliento, pero tenía un eco que parecía resonar en las paredes y en los huesos mismos de Thalron. Tragó saliva, deteniendo su avance y posando una mano en la empuñadura de su daga, como si pudiera defenderse de lo que acechaba en las sombras. Pero el silencio se extendió de nuevo, dejando solo el eco de sus propios pasos.

Antes de poder volver a moverse, notó algo al borde de su visión: una figura apenas distinguible, con una máscara de metal oscuro, observándolo desde las sombras entre dos columnas rotas. Estaba inmóvil, una presencia espectral que parecía vigilante y amenazante a la vez. Thalron parpadeó, y la figura desapareció. Pero un rastro de miedo se clavó en su mente, tan punzante como una espina.

Dio otro paso, y las luces se encendieron a su alrededor, como pequeñas llamas verdes y azules flotando en el aire, formando un círculo en torno a él. Había llegado demasiado lejos para retroceder, y sabía que lo que estaba a punto de enfrentar lo cambiaría para siempre.

Thalron avanzó, rodeado por el anillo de luces espectrales, cada paso resonando en el vacío del templo. Con la mano aún en su daga, no podía evitar la sensación de ser observado, como si mil ojos invisibles lo siguieran desde cada rincón oscuro.

De pronto, un sonido metálico rompió el silencio, un eco que se arrastró por los corredores, tan bajo y frío como el toque de la muerte. Antes de que pudiera identificar su origen, algo emergió de las sombras: una figura alta, envuelta en una armadura oscura y corroída, con una máscara opaca cubriéndole el rostro. Uno de los Guardianes Caídos.

La figura levantó su espada, una hoja curva que parecía tallada de sombra pura, y sin previo aviso, se lanzó hacia Thalron. Él apenas tuvo tiempo de reaccionar. Saltó hacia un lado, desenfundando su daga y esquivando el primer ataque, sintiendo el filo de la espada pasar peligrosamente cerca de su rostro. Un viento helado lo golpeó, un frío tan intenso que le calaba hasta los huesos.

-Maldita sea - murmuró entre dientes, lanzándose hacia atrás para poner distancia entre él y el Guardián.

Pero la figura espectral no le dio tregua. Con movimientos casi antinaturales, giró hacia él y avanzó, cada paso resonando como el eco de un trueno en el vacío del templo.

Thalron intentó atacar, lanzando su daga hacia el torso del Guardián, pero la hoja no encontró carne ni hueso. Pasó a través de la armadura, como si el enemigo fuera un simple reflejo. La figura se detuvo por un momento, su cabeza inclinándose hacia un lado como si se burlara de su intento.

-Tu daga no servirá aquí, mortal - dijo una voz que no parecía venir de la figura, sino de las mismas paredes del templo. Era el eco de muchas voces, como susurros atrapados en el viento.

Thalron retrocedió, su mente trabajando rápidamente. El Guardián lo observaba, inmóvil, como si le diera tiempo para procesar su situación… o para sentir el miedo calando en su alma. Sin otra opción, Thalron comenzó a buscar desesperadamente en su bolsa, hasta que sus dedos encontraron un pequeño frasco de cristal que contenía polvo de obsidiana, un recurso que usaba en encantamientos menores.

Recordando los ritos antiguos, Thalron lanzó el polvo al suelo mientras murmuraba unas palabras en la lengua de los antepasados. El polvo chisporroteó en el aire, formando un breve resplandor rojizo que iluminó el rostro oculto del Guardián. Con un rugido de desafío, Thalron se lanzó hacia él una vez más.

Esta vez, el Guardián respondió. La figura giró con rapidez, atacando con un golpe que Thalron apenas logró bloquear con su brazo izquierdo, cubierto de cuero. Sintió el filo rozar su piel, dejando una marca ardiente que lo hizo tambalearse hacia atrás. Pero en ese instante, aprovechando el destello de su polvo encantado, lanzó una patada directa hacia el torso del Guardián, quien pareció tambalearse un instante.

El Guardián emitió un sonido gutural, una mezcla de furia y dolor, y su máscara se agrietó. A través de la rendija, Thalron pudo ver, aunque fuera por un segundo, el destello de unos ojos brillantes, cargados de un odio indescriptible. La visión lo paralizó brevemente; esa mirada no pertenecía a un simple espíritu, sino a algo atrapado en un sufrimiento eterno, condenado a vigilar para siempre.

Fue en ese momento de distracción cuando el Guardián aprovechó para contraatacar. Su mano espectral se cerró sobre el brazo de Thalron, el frío perforando su piel y carne como dagas de hielo. Se sintió débil, como si la misma fuerza vital le estuviera siendo drenada. Su visión comenzó a oscurecerse, y el sonido de las voces en su cabeza se hizo más intenso.

-Entraste aquí con ambición y sin temor… pero morirás con ambos - dijo el Guardián, con una voz que reverberaba en las paredes del templo.

Con un último acto de desesperación, Thalron recordó el amuleto que colgaba de su cuello, una reliquia que había adquirido en sus viajes y que nunca había comprendido del todo. Apoyando su otra mano en el amuleto, lo levantó y susurró las palabras grabadas en su superficie.

De inmediato, una onda de energía brotó de él, un destello que empujó al Guardián hacia atrás. La figura tambaleó, soltándolo y emitiendo un grito furioso antes de desvanecerse en el aire como un rastro de humo oscuro. El silencio volvió a apoderarse del templo, pero la presencia persistía, y el frío en el brazo de Thalron seguía ardiendo, como si la marca del Guardián quedara grabada en su piel.

Thalron se quedó de pie, jadeando y con el brazo entumecido, pero victorioso. Sabía que la joya estaba cerca. Solo esperaba que pudiera llegar a ella antes de enfrentarse a más Guardianes.

Thalron respiró hondo, intentando estabilizar su pulso acelerado. El eco de las palabras del Guardián aún resonaba en su mente. Sin embargo, una nueva sensación comenzó a apoderarse de él, una mezcla de inquietud y anticipación. Algo en el aire había cambiado.

Mientras avanzaba por el oscuro corredor, comenzó a vislumbrar la silueta de una mujer. Ella aparecía y desaparecía entre las sombras, vestida completamente de negro, como si se fundiera con la penumbra misma. Su figura era esbelta y elegante, pero lo que más le perturbaba era la máscara blanca que ocultaba su rostro, con dos orificios negros que parecían absorber la luz a su alrededor.

-¿Quién eres? - preguntó Thalron, pero su voz se perdió en el silencio del templo.

La mujer no respondió, pero en el instante en que sus ojos negros se encontraron con los de Thalron, una oleada de imágenes invadió su mente: paisajes devastados, gritos de desesperación, y un gran templo en llamas. Entre las visiones, una figura familiar se destacaba; él mismo, atrapado en una lucha, pero esta vez no estaba solo.

La imagen se desvaneció tan rápido como había llegado, y Thalron se encontró de nuevo en el corredor, con el corazón latiendo con fuerza.

-Esto no puede ser solo una ilusión - murmuró, sintiendo que la presión en su pecho se intensificaba.

Continuó avanzando, pero la mujer seguía apareciendo, cada vez más definida. Ella parecía estar guiándolo, llevándolo hacia un destino desconocido. En un instante, se detuvo y le lanzó una mirada profunda.

-Tu destino está entrelazado con el mío - dijo la mujer, su voz suave y resonante como un eco lejano. - No puedes escapar de lo que está destinado a suceder.

Thalron sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si la verdad en sus palabras lo estuviera atrapando en una red invisible. En ese momento, el suelo tembló bajo sus pies, y las paredes del templo comenzaron a vibrar.

Un grito resonó en el aire, un sonido desgarrador que parecía provenir de las mismas entrañas del templo. La mujer se desvaneció, y Thalron, impulsado por la adrenalina, corrió hacia adelante, consciente de que una nueva prueba lo aguardaba.

Al girar en una esquina, se encontró frente a un gran altar, cubierto de símbolos antiguos que brillaban con una luz tenue. En el centro, un cristal oscuro pulsaba con energía, como un corazón latente. Sin embargo, justo al lado del altar, un nuevo Guardián Caído emergió de la penumbra, con una espada de doble filo, y los ojos de Thalron se encontraron con los de la mujer enmascarada una vez más.

-¡Ahora! - gritó ella desde el abismo de su mente, como si la batalla estuviera conectada a su voluntad.

El Guardián avanzó, y Thalron, con la daga en mano, se preparó para la pelea, sintiendo el sudor correr por su frente. La visión de la mujer lo llenó de determinación. No podía fallar. Debía vencer a este nuevo enemigo y descubrir la verdad detrás de su misteriosa presencia.

La figura del Guardián se abalanzó sobre él con una velocidad aterradora. Thalron se deslizó hacia un lado, pero no pudo evitar que la espada cortara su costado, dejando una herida ardiente que lo hizo caer de rodillas.

-¡No te rindas! - resonó la voz de la mujer en su mente, y la fuerza de su determinación lo impulsó a levantarse.

Con un grito de desafío, Thalron se lanzó de nuevo hacia el Guardián, utilizando toda su habilidad y el polvo de obsidiana que aún guardaba en su bolsa. Con un movimiento rápido, lanzó el polvo, creando una cortina de oscuridad que envolvió al Guardián, dificultando su visión.

-¡Por mi honor y mi destino! - exclamó, atacando con su daga hacia el corazón de la sombra, mientras la imagen de la mujer sin rostro brillaba en su mente.

Thalron, sintiendo la energía burbujear dentro de él, se lanzó hacia adelante, aprovechando la distracción del Guardián en la oscuridad. Con un movimiento ágil, se abalanzó sobre la figura espectral, clavando su daga en el pecho del Guardián. La hoja atravesó la armadura oscura como si fuera papel, y un grito ensordecedor resonó en el templo.

El Guardián Caído se desvaneció en una nube de sombras, dejando solo un eco helado y el silencio opresivo que envolvía el templo. Thalron se quedó de pie, jadeando, mientras la adrenalina aún corría por su cuerpo. Con un último vistazo a la oscuridad detrás de él, se dirigió hacia la puerta que se había abierto a su paso, una gran entrada adornada con símbolos antiguos que brillaban tenuemente.

Al cruzar el umbral, se encontró en una sala enorme, cuyas paredes estaban cubiertas de inscripciones y escenas de antiguas batallas. En el centro de la habitación, sobre un pedestal elevado, brillaba la Lágrima de Ereshka, un cristal oscuro que parecía absorber la luz de la sala, pulsando con un ritmo casi hipnótico.

Thalron se acercó cautelosamente, sintiendo una extraña atracción hacia el objeto. Extendió la mano y tocó la superficie fría del cristal. En el instante en que su piel hizo contacto, una ola de energía recorrió su cuerpo, y quedó paralizado, incapaz de moverse o hablar.

Desde la penumbra, la mujer de negro apareció una vez más. Se postró ante él, su figura delgada y etérea destacándose contra la luz tenue del cristal. Sin pronunciar una palabra, sus ojos, ocultos tras la máscara blanca, comenzaron a brotar pequeñas lágrimas de sangre. A medida que caían, se transformaban en pequeñas cataratas de este líquido oscuro que fluía como ríos sobre la piedra del altar.

Thalron, inmóvil, logró formular una pregunta, su voz temblando con incredulidad y temor.

-¿Quién eres?

La mujer levantó la cabeza lentamente, y aunque su rostro estaba oculto, la intensidad de su presencia llenó la sala.

-Tengo muchos nombres - respondió, su voz suave y resonante, pero con un matiz de tristeza. - Los mortales me conocen como La Dama Negra. Cada año, cuando Halloween llega, el Nexo reclama un alma arrogante y avariciosa, y yo acudo para reclamarla.

Thalron sintió un escalofrío recorrer su espalda al comprender la implicación de sus palabras. La Lágrima de Ereshka no era más que una trampa, un cebo diseñado para atraer a aquellos que buscaban poder sin medir las consecuencias.

-¡No, esto no puede estar pasando! - exclamó, su voz apenas un susurro de pánico.

Al darse cuenta de que había caído en la trampa, dio un paso atrás, tratando de retroceder, pero sus pies parecían estar pegados al suelo, la parálisis aún manteniéndolo atrapado. La Dama Negra se alzó, su figura oscura pareciendo absorber la luz de la sala.

-No puedes huir de lo inevitable, Thalron - dijo, su tono resonando en la sala, profundo y casi hipnótico. - Tu alma me pertenece ahora.

Un sudor frío le recorrió la frente mientras su mente buscaba una salida.

-¡No! ¡No quiero ser parte de esto! - gritó, esforzándose por liberarse de la parálisis, pero la fuerza que lo mantenía atrapado solo se intensificaba.

La Dama Negra extendió una mano hacia él, y desde su máscara comenzaron a brotar más lágrimas de sangre, fluyendo en cascadas que se unían en una charca oscura en el suelo.

-Tu avaricia te ha traído hasta aquí. El Nexo reclama lo que le pertenece - dijo, su voz resonando con eco.

Thalron sintió un dolor punzante en su pecho, como si la oscuridad misma lo estuviera consumiendo. La desesperación llenó su corazón mientras luchaba contra la fuerza que lo mantenía prisionero.

-¡No puedo! - imploró, su voz quebrándose. - ¡Déjame ir!

-Es demasiado tarde, Thalron. Tu destino está sellado. - La Dama Negra cerró la mano, y una sombra oscura lo envolvió, arrastrándolo hacia ella.

Con un grito ahogado, Thalron se sintió ser absorbido por la oscuridad, su esencia arrancada de su cuerpo mientras la Dama Negra sonreía, una expresión fría y distante.

-Bienvenido al Nexo - murmuró, y en un instante, Thalron desapareció en un torbellino de sombras, su alma atrapada para siempre en el reino de la Dama Negra, donde el eco de su avaricia resonaría por la eternidad.