SOMBRAS DE AZEROTH
Inspirado en el universo de World of warcraft
12/18/20243 min read
En las profundidades de Azeroth, más allá de los campos de batalla que separan a la Alianza de la Horda, hay un lugar olvidado incluso por los dioses titánicos. Los habitantes de este páramo lo llaman Umbraal, una grieta oscura en la que el tiempo se retuerce y la realidad se desgarra. Aquí, las leyes de la magia son quebrantadas, y los susurros del Vacío son más fuertes que en cualquier otro lugar.
Umbraal había permanecido sellado desde la Guerra de los Ancestros, cuando los elfos de la noche, en un acto desesperado, usaron el poder del Pozo de la Eternidad para encerrar lo que describían como "un hambre que no puede ser saciada". Pero las cicatrices de la Cuarta Guerra habían debilitado los sellos. Ahora, con Azeroth tambaleándose tras la última cruzada contra la Legión Ardiente y las maquinaciones de Sylvanas, Umbraal había despertado.
El primero en descubrirlo fue un renegado llamado Tharrek, un antiguo caballero de la Horda que había sido exiliado por cuestionar las órdenes de Sylvanas durante la Guerra de los Espinas. En su búsqueda de redención, o al menos de un propósito, Tharrek había seguido los rumores de una "puerta hacia el Vacío". Lo que encontró en Umbraal fue más que eso. Allí no solo escuchó los susurros del Vacío; los vio, palpó sus formas amorfas y sintió cómo cada fibra de su no-vida era invadida por promesas de poder y libertad. Pero con ese poder venía una revelación: algo inmenso y antiguo, llamado Nyrrakthar, se estaba liberando.
Mientras tanto, Elyria Brisaveloz, una heroína marcada por el Vacío y una de las pocas capaces de resistir sus corruptores susurros, había comenzado a percibir un cambio en las corrientes del Vacío. Las sombras que alguna vez habían sido sus aliadas ahora parecían temer algo más profundo. Guiada por estas inquietantes señales, Elyria lideró una expedición al corazón de Umbraal, acompañada por un grupo heterogéneo: Valrik, un chamán orco que buscaba equilibrio entre los elementos y el caos; Kehlan, una asesina elfa nocturna atormentada por visiones del pasado; y Drevyn, un enigmático mago humano cuyas intenciones eran tan opacas como el Vacío mismo.
Cuando llegaron a Umbraal, descubrieron un reino donde la misma realidad parecía sangrar. Los cielos eran un torbellino de energía oscura, y las formas de vida que habitaban la grieta no eran más que sombras incorpóreas que se alimentaban del miedo y los recuerdos de los que se aventuraban en su dominio. Pero lo más aterrador era la presencia creciente de Nyrrakthar. Un dios del Vacío, olvidado por los mismos Dioses Antiguos, que había sido traicionado y encerrado por ellos para evitar que consumiera todo, incluso a sus creadores.
Tharrek, ahora un agente del Vacío, los esperaba en las profundidades de Umbraal. Pero no era el mismo renegado lleno de dudas. Su cuerpo estaba cubierto de runas palpitantes, y sus ojos ardían con una luz púrpura antinatural. Él no buscaba simplemente liberar a Nyrrakthar; estaba convencido de que al hacerlo, liberaría a Azeroth de los ciclos de guerra interminable. Para Tharrek, solo el Vacío eterno podía traer verdadera paz.
La confrontación entre Elyria y Tharrek fue más que un choque de armas. Fue una lucha de voluntades. Mientras sus aliados combatían las sombras deformes que surgían de Nyrrakthar, Elyria usó todo su entrenamiento en el Vacío para resistir las promesas de poder que Tharrek susurraba entre golpes. Pero incluso ella comenzó a dudar. ¿Podía haber verdad en las palabras de Tharrek? ¿Era Azeroth un mundo condenado a repetir la misma espiral de destrucción?
La batalla culminó cuando Valrik, canalizando la furia de los elementos, desató un cataclismo que desgarró el suelo de Umbraal, rompiendo el cuerpo físico de Tharrek. Pero antes de que pudieran celebrar, un grito antinatural resonó. Nyrrakthar había despertado por completo. Su forma era incomprensible, un torbellino de bocas, ojos y sombras que devoraban la luz misma. La expedición se dio cuenta de que no podía derrotarlo; solo retrasarlo.
Elyria, en un acto desesperado, se ofreció como ancla para contener a Nyrrakthar. Usando su vínculo con el Vacío, canalizó su esencia en un portal, sellando a la entidad una vez más, pero a un costo terrible: Elyria fue consumida por las sombras, convirtiéndose en algo más allá de la comprensión mortal.
Cuando el portal se cerró, Umbraal comenzó a colapsar. Valrik, Kehlan y Drevyn escaparon por poco, llevando consigo la amarga victoria y la pérdida de Elyria. El Vacío estaba contenido, pero no derrotado. Los susurros de Nyrrakthar ahora llenaban los rincones más oscuros de Azeroth, buscando nuevas mentes que corromper.
En las tierras devastadas por la guerra, un nuevo ciclo comenzaba. Pero esta vez, las sombras de Umbraal acechaban a todos, recordando que incluso los héroes más grandes podían ser devorados por la oscuridad.
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