LA INVESTIGACIÓN
PARTE III
Adam cerró la puerta tras ellos, asegurándose de girar las múltiples cerraduras y colocar el pesado cerrojo de acero. El sudor empapaba su rostro, mezclándose con las gotas de agua del estanque en el que había caído momentos antes. Daniel, todavía cargando a Carol, la dejó suavemente sobre el viejo sofá de la sala principal.
El apartamento de Adam era un espacio oscuro, decorado de forma austera. En las paredes había mapas de la ciudad, fotos polaroid y recortes de periódico adheridos con chinchetas, todos interconectados con líneas de hilo rojo. Una pizarra blanca descansaba en una esquina, cubierta de anotaciones y fórmulas indescifrables para cualquier persona no familiarizada con los casos de Adam.
—¿Esto es tu "apartamento"? Parece más un refugio de conspiranoico —dijo Daniel mientras inspeccionaba el lugar.
Adam ignoró el comentario y se arrodilló junto a Carol, revisando sus signos vitales.
—Respira con normalidad. Está débil, pero estable —informó. Luego levantó la mirada hacia Daniel—. ¿Cómo está tu brazo?
—He tenido peores heridas. No es nada. —Daniel hizo un esfuerzo por aparentar calma, aunque su ceño fruncido delataba el dolor.
—Bien, entonces coge el botiquín. Está en el armario junto al escritorio. Necesitamos vendarla y atender tu herida antes de que empeore.
Mientras Daniel buscaba el botiquín, Adam sacó una caja de madera de un armario pequeño y la colocó sobre la mesa. Al abrirla, reveló un surtido de armas improvisadas: cuchillos de caza, un machete, un par de pistolas con los cargadores llenos, y una especie de lanza con una punta plateada.
—¿Planeas ir a la guerra o solo eres precavido? —preguntó Daniel al regresar con el botiquín.
—Ambas cosas. —Adam tomó el machete y lo colocó en su cinturón mientras respondía—. Esto es solo el comienzo. Si esas cosas han estado apareciendo por toda la ciudad, no estamos lidiando con un simple brote. Es algo organizado.
Daniel frunció el ceño, pero no dijo nada. Comenzó a limpiar y vendar su herida mientras Adam se acercaba a Carol, que empezaba a recuperar la consciencia.
—¿Qué... qué ha pasado? —preguntó ella con la voz ronca.
—Te desmayaste después del choque —dijo Daniel, tratando de calmarla—. Pero estás a salvo ahora.
—¿A salvo? —Carol intentó sentarse, pero su cuerpo protestó—. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Viste lo que esos monstruos hicieron allí afuera!
—Por eso estamos aquí —intervino Adam—. Este lugar está reforzado. No podrán entrar fácilmente, y tenemos algo de tiempo para reagruparnos. Pero necesitas descansar.
Carol asintió con dificultad, pero su mirada estaba llena de preguntas.
—Necesito saber qué está pasando. Esas cosas... No son humanas. Tú lo sabías, Adam. ¿Qué son realmente?
Adam cruzó los brazos y suspiró. Sabía que era momento de dar respuestas, aunque no todas fueran agradables.
—Esos monstruos no son un accidente. Fueron creados. Alguien está detrás de todo esto. Y no solo para sembrar el caos; están recolectando algo.
—¿Recolectando? ¿Qué? —preguntó Daniel.
Adam señaló una de las fotos en la pared, que mostraba a un hombre sin rostro atacando a un grupo de personas.
—Sangre. Parece que se alimentan de ella, pero no es un simple instinto. Hay un propósito más oscuro detrás. La sangre de sus víctimas parece fortalecer algo... o a alguien.
Carol apretó los puños, sus pensamientos regresando al ataque en la cafetería y al caos en las calles.
—¿Y tú cómo sabes tanto de esto? —preguntó Daniel, sospechando.
Adam guardó silencio por un momento antes de responder:
—He estado investigando fenómenos como este durante años. Ataques similares han ocurrido en otras partes del mundo, aunque a menor escala. Siempre hay un patrón: una figura en las sombras, como un titiritero moviendo los hilos.
—¿El hombre del sombrero de copa? —preguntó Carol en un susurro.
Adam la miró fijamente, sorprendido por la precisión de su pregunta.
—Así es. Tú también lo viste, ¿verdad?
Carol asintió, su rostro pálido por el recuerdo.
—Sí. Estaba allí, en la cafetería. No hizo nada, pero era como si todo estuviera sucediendo bajo su control.
—Entonces estamos en lo correcto. Ese hombre no es humano. Es algo más... Algo mucho más antiguo y peligroso.
El silencio se apoderó de la habitación. Daniel fue el primero en romperlo.
—¿Y qué hacemos ahora? Porque quedarnos aquí no parece una solución a largo plazo.
Adam señaló una caja fuerte empotrada en la pared y la abrió, revelando un pequeño cuaderno con páginas amarillentas llenas de garabatos y símbolos extraños.
—Vamos a buscar respuestas. Este libro tiene información que podría ayudarnos a detenerlo. Pero no va a ser fácil. Necesitamos salir de la ciudad y encontrar a alguien que sepa cómo enfrentarse a él.
—¿Salir de la ciudad? —Carol negó con la cabeza—. ¿Y cómo propones que lo hagamos con todo ese caos afuera?
Adam miró por la ventana hacia las calles en ruinas y murmuró:
—Primero, necesitamos sobrevivir esta noche.
Carol, aún débil pero recuperándose, se enderezó en el sofá. Su mente estaba plagada de recuerdos de Alice, y la inquietud crecía en su pecho. Las palabras de Adam sobre esos monstruos seguían resonando en su mente. Finalmente, rompió el silencio.
—Adam... Necesito saber algo. Mi amiga, Alice... —su voz se quebró un poco, pero continuó—. ¿Ella... fue víctima de uno de esos monstruos?
Adam, que estaba revisando una hoja con notas en la mesa, se detuvo. Sus ojos se encontraron con los de Carol, y su expresión se tornó seria.
—Es probable —respondió con un tono grave—. Según lo que describiste, el hombre con el que estaba, Rick, podría haber sido uno de ellos. Pero hay algo más...
Carol sintió un nudo en el estómago.
—¿Qué más?
Adam tomó aire antes de responder:
—A veces, estas criaturas no son simplemente víctimas transformadas. Algunas parecen ser creadas para propagar el caos, como si alguien las utilizara como herramientas para cumplir un objetivo mayor. Alice probablemente no fue solo una víctima al azar.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que fue elegida? —Carol apretó los puños.
—No puedo asegurarlo, pero es posible que hubiera algo en ella que llamó la atención de... quien sea que esté detrás de esto. —Adam desvió la mirada hacia la ventana, como si temiera lo que estaba por venir.
Daniel, que había permanecido en silencio mientras escuchaba, intervino.
—Espera un segundo. Esto no tiene sentido. Algunas personas mueren al instante, como Alice, pero otras se convierten en esas... cosas. ¿Por qué?
Adam se giró hacia él, recogiendo una libreta de la mesa y hojeando sus páginas. Finalmente, encontró una entrada y señaló un dibujo rudimentario de un cuerpo humano con líneas negras recorriéndolo.
—No todas las víctimas reaccionan igual. La transformación depende de la cantidad de "energía" que estas criaturas drenan y de cómo el cuerpo de la víctima responde al proceso.
—¿Energía? —preguntó Daniel, levantando una ceja.
—Es un término genérico, pero parece estar relacionado con la sangre. Algunos cuerpos son más receptivos que otros, como si tuvieran una afinidad especial con esa... fuerza oscura que usan los monstruos. Esos son los que terminan transformándose.
Carol negó con la cabeza, frustrada.
—¿Y qué pasa con los que solo mueren? ¿Por qué no todos se transforman?
—Porque no todos son "compatibles". Es como si esa energía buscara un huésped adecuado. Los que no cumplen los requisitos simplemente... mueren.
El silencio llenó la habitación mientras ambos procesaban la explicación. Finalmente, Daniel habló de nuevo, su tono cargado de sarcasmo.
—Genial. Así que estamos en medio de una especie de experimento macabro.
Adam asintió lentamente.
—Exactamente. Y lo peor es que no tenemos idea de cuántas personas más podrían estar en riesgo, ni cuántos de esos monstruos están allá afuera ahora mismo.
Carol se llevó las manos al rostro, tratando de mantener la calma.
—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo detenemos esto?
Adam tomó el viejo cuaderno que había mostrado antes y lo colocó sobre la mesa.
—Primero, necesitamos descifrar toda la información que hay aquí. Según mis investigaciones, este libro tiene pistas sobre quién está detrás de esto y cómo enfrentarlo. Pero no será fácil.
Daniel se inclinó hacia adelante, mirando las páginas amarillentas.
—¿Dónde conseguiste esto?
—Es una larga historia —respondió Adam con un suspiro—. Pero creerme, lo encontré después de seguir los rastros de un caso similar en Europa. Los eventos allí eran casi idénticos: personas convirtiéndose en monstruos, un caos inexplicable... y una figura sombría que siempre aparecía antes de cada desastre.
—¿El hombre del sombrero de copa? —murmuró Carol.
Adam asintió.
—Sí. Y si el patrón se repite, estamos en el centro de algo mucho más grande de lo que imaginamos.
Carol y Daniel intercambiaron miradas. La gravedad de la situación era abrumadora, pero había algo en el tono de Adam que sugería que aún tenían una oportunidad, por pequeña que fuera.
Adam cerró el libro y los miró a ambos.
—Primero, debemos asegurarnos de sobrevivir esta noche. Luego, empezaremos a buscar respuestas. Pero para eso, necesito saber si estáis conmigo en esto.
Carol tomó aire y asintió lentamente.
—No puedo dejar que lo que le pasó a Alice siga ocurriendo. Estoy contigo.
Daniel miró a Carol, luego a Adam, y suspiró.
—Bueno, alguien tiene que asegurarse de que no terminen matándoos. Contad conmigo.
Adam asintió, y por primera vez desde que llegaron al apartamento, una pequeña sonrisa cruzó su rostro.
—Entonces preparáos. Esto apenas comienza.
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