I
La oscuridad envolvía todo a su alrededor. Las estrellas no brillaban y la luna permanecía oculta, como si la misma noche hubiera devorado la luz. La negrura era tan densa que las antorchas apenas iluminaban unos pocos pasos. El miedo se apoderaba de su ser, pues cada movimiento era una incertidumbre. No sabía adónde se dirigía, pero algo dentro de él le decía que debía seguir adelante, aunque no comprendiera el porqué.
Caminaba por un páramo sombrío, con el corazón acelerado, apenas capaz de distinguir la silueta de las antorchas que encontraba en su camino. Cada paso era una apuesta, una decisión entre avanzar o caer en lo desconocido. No recordaba cómo había llegado allí, solo que despertó en ese lugar, rodeado por la nada. Su mente estaba vacía, como si un velo de amnesia se hubiera extendido sobre su pasado.
– ¿Dónde estoy? –se preguntó, su voz resonando en el vacío, llevándose consigo las respuestas que tanto deseaba encontrar. – No consigo recordar nada. Por mucho que lo intento, no sé cómo he llegado aquí.
Siguió caminando, lento pero con determinación, guiado por las débiles luces de las antorchas. Sin embargo, pronto una luz mucho más intensa que la de cualquier llama captó su atención. Era un resplandor extraño, un faro que brillaba en medio de la nada, como un faro en la oscuridad. Sin pensarlo, comenzó a correr, dejando de lado el temor y el desconcierto. No le importaba el abismo ante sus pies ni el peligro que pudiera acechar en la penumbra. La curiosidad era más fuerte, y la luz lo llamaba con una fuerza inexplicable.
A medida que se acercaba, vio que la luz comenzaba a levitar en el aire, flotando por encima del suelo. Pero en su apuro, tropezó con algo en el camino y cayó al suelo, soltando un grito de dolor.
– ¡Qué daño! –exclamó, frotándose la muñeca adolorida mientras miraba lo que había causado su caída. – Son escaleras… ahora entiendo por qué la llama se alzaba en el aire.
Se levantó con cautela, observando las escaleras que parecían surgir de la nada, conectando el suelo con el resplandor de la llama. Comenzó a subirlas, paso a paso, con cuidado. La luz lo atraía, y cada vez estaba más cerca. El calor que emanaba de ella se intensificaba, como si la llama estuviera viva, esperando por algo.
– ¿Qué es esta llama? –se preguntó, sintiendo que algo no estaba bien, pero sin poder apartarse de su extraña fascinación. – No entiendo nada… Estoy en algún tipo de altar. Tal vez haya algo aquí que me aclare las dudas.
Recorrió el círculo que rodeaba la llama, observando con más detalle el suelo. Un símbolo antiguo estaba grabado en la piedra, un mensaje que parecía esperarlo: “Enfréntate a tu destino y la llama te abrirá el camino.”
– ¿Enfrentarme a mi destino? ¿Qué significa eso? –murmuró, la desesperación comenzando a apoderarse de él. – Maldita sea, nunca voy a salir de aquí.
De repente, la llama brilló con una intensidad cegadora. Un hombre apareció de entre las llamas, su figura envuelta por un manto de fuego. Tenía el cabello largo y blanco, pero su rostro permanecía oculto, consumido por la luz que lo rodeaba.
– ¿Quién eres tú? –preguntó, su voz temblorosa.
– Quien soy no importa –respondió el hombre, su voz profunda y resonante–. Lo que realmente importa es quién eres tú.
– No recuerdo quién soy… no recuerdo nada. –respondió, sintiendo cómo la confusión lo envolvía aún más.
– Mírate a ti mismo –dijo el hombre. – Tal vez ahí encuentres alguna respuesta.
Confuso, el hombre comenzó a observarse a sí mismo. Su ropa estaba rasgada, sucia, y parecía haber estado prisionero en algún oscuro calabozo. De repente, una visión lo invadió: vio a un hombre de cabello largo y barba oscura, con las manos bañadas en sangre, asesinando a una mujer y a su hijo sin compasión. El hombre de la visión era él. El asesino, el monstruo, la víctima de su propia oscuridad.
– Ese asesino… eras tú. –murmuró, horrorizado por lo que veía. – Era yo.
– Sí. –confirmó el hombre en llamas. – A pesar de tus actos terribles, la dama negra cree que tu corazón tiene bondad, y te ofrece la oportunidad de salvar tu alma de la condena eterna.
– ¿Eso significa que estoy muerto? –preguntó, el miedo apoderándose de su voz.
– No puedo darte una respuesta... todavía. –respondió el hombre. – Ahora, te enfrentarás a tu primera prueba.
– ¿Mi primera prueba? –repitió, su mente aún luchando por entender. – ¿Qué significa eso?
Una luz blanca apareció de la nada, envolviendo al hombre. De pronto, se encontraba frente a las enormes puertas de una ciudad, con su mirada fija en la muralla que se alzaba ante él, majestuosa. Era de día, y el verde de los alrededores contrastaba con la oscuridad que aún acechaba en su interior. Pero en su mente, la misma pregunta no dejaba de repetirse: ¿Qué era esta prueba de la que habló el hombre de fuego?